El Camino del Yopo (Por el profesor Franklin Marchetti) .



Un equipo de exploradores, apasionados por la cultura y la naturaleza de su tierra, se toma un descanso de sus ocupaciones habituales para emprender una extraordinaria travesía de casi 1000 km por la selva amazónica venezolana, donde esperan descubrir los secretos milenarios de las comunidades indígenas que la habitan.


Después de cincuenta horas y mas de novecientos kilómetros de viaje, por fin llegamos al lugar donde nos esperaban nuestras raíces. Así podría resumir brevemente las dificultades que enfrentamos el equipo de mochileros formado por la maestra Yamilis Gil, el valiente Nelson Perozo y yo, Franklin Marchetti. Salimos de Puerto La Cruz, en el oriente de Venezuela, y nos dirigimos a la remota comunidad chamánica de Caño Pendare, a tres horas por el río Parguaza, un gran tributario del Orinoco. 

Nuestra meta era establecer la “Ruta del Yopo”, una conexión con los guardianes ancestrales de esta sagrada medicina amazónica, especialmente los Piaroas, con quienes ya hay una larga relación. También teníamos que encontrar al chamán José Luis Díaz, un hombre-medicina de esta etnia que vive en la selva amazónica, antes de que se nos acabara el poco dinero que llevábamos.

Nuestro plan era ir al Monte Sagrado de Autana y conocer al taita Bolívar, pero cuando llegamos a Puerto Ayacucho, en el estado Amazonas, nos dimos cuenta de que era muy lejos y difícil. Necesitábamos más días, más dinero y un permiso especial para entrar en esa zona mágica del país, según nos dijo un sargento del ejército que nos ayudó. 

Entonces nos aconsejó que buscáramos a un pariente del taita Bolívar, que también es un taita famoso y que vive en el Centro Chamánico de Parguaza. Él nos podía dar el Yopo, una medicina ancestral de los indígenas Piaroas que se llama abuelito Yopo (Banisteriopsis) en el mundo. Por suerte, el chamán estaba en su comunidad de “Caño Pendare”, porque a veces viaja por Venezuela y otros países para compartir la cultura Piaroa y el Yopo.

Los Piaroas son una etnia indígena que se consideran los hermanos mayores de la naturaleza.

Los Piaroas o Uwotjuja son indígenas que viven en los bosques húmedos del estado Amazonas y el Distrito Cedeño, en el estado Bolívar. Su territorio abarca la selva que bordea el río Orinoco hasta las faldas de los Andes. Se dedican al cultivo de yuca y se mueven según las cosechas. 

Su agricultura, pesca y cacería se vieron afectadas por las vacas que trajeron los misioneros jesuitas hace siglos. Sus kareka o chamanes son expertos en el Yopo, una planta alucinógena muy usada por los indígenas de América Latina. 

También hacen muchos objetos con materiales de la naturaleza: cestas, vasijas, maderas, tintes, venenos, tejidos, cuerdas, antorchas, plumas, collares, ceras, gomas, máscaras, cerbatanas, telas de corteza y totumas.

Los Piaroa usan muchas plantas de su entorno para hacer objetos que les sirven para trabajar, vivir y practicar su religión. Con esos objetos también intercambian con otras comunidades y consiguen cosas occidentales (como cuchillos, anzuelos, ropa, mostacilla, etc.). Ariel, el niño albino de Parguaza. Los Piaroa dicen que su tierra original es la zona montañosa entre los ríos Cataniapo, Marieta, Autana y Cuao.

Después de dos días de viaje, tres sujetos de la ciudad llegamos al Caño Pendare al atardecer. Una familia indígena nos recibió con alegría en su vivienda, ubicada en lo alto de una loma. Eran unas diez personas, entre adultos y niños.

Nos contaron que el chamán les había anunciado nuestra visita hace tres días, aunque nosotros no habíamos contactado con ellos. Nos sorprendió su clarividencia, pero también nos desanimó saber que el taita José Luis Díaz no estaba allí. Había salido de gira y no sabían cuándo volvería.

Decidimos esperar su regreso, montar nuestras carpas y compartir con aquella humilde familia. Así comenzó la noche más larga de nuestras vidas…
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La primera noche en la selva
La noche cayó rápido en la selva amazónica. Aún estábamos armando las carpas donde dormiríamos los próximos tres días. Nelson y yo compartiríamos la más grande. Yamilis, la pequeña y más cómoda.

A Yamilis la llamaban “la maestra Sirico”, que significa maestra de las estrellas en lengua piaroa. Era una joven docente que amaba los misterios y lo oculto. Se había encariñado con los niños de la casa, especialmente con uno que tenía algún tipo de retardo. Ella era profesional en el área de niños especiales y llegó a la familia como enviada de Dios.

La suerte siempre nos había acompañado en esta travesía y esa noche no sería la excepción.

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La llegada del chamán
Desde lo alto del cerro, escuchamos un zumbido de motor que venía del río Parguaza. Era el chamán que regresaba a su casa. Todos los miembros de la familia salieron a recibirlo con gritos de alegría. Nosotros también nos unimos a la fiesta. ¡Llegó el taita!

Bajamos la loma en medio de la oscuridad, con cuidado de no resbalar. Al llegar al río, vimos a José Luis Díaz, el gran chamán piaroa. Nos saludó con gesto amistoso y nos dijo: “Así que llegaron primero que yo. Bueno, están ya en su casa. Prepárense para conocer los secretos del Yopo cuando llegue la media noche”.

El taita entró a su casa a descansar. Se veía algo cansado. Luego supimos que su gira fue corta pero muy intensa. Había estado tres días dando medicina a varias comunidades cercanas.

El inicio del camino del Yopo
Pasaron tres horas y el fuego ya ardía con fuerza. Entonces vimos al chamán que volvía a nuestro encuentro. Era un hombre de baja estatura, de rostro ancestral y frente amplia. Llevaba un pequeño canasto con sus mágicos objetos. Nos dimos cuenta de que estábamos ante el Templo de la selva amazónica. Allí nos llevaría el Camino del Yopo.

El chamán nos saludó de nuevo con su español acentuado. Nos dijo que su mujer y su familia agradecían la ropa y los alimentos que les habíamos dado al llegar. Como recompensa, había decidido iniciar el proceso de iniciarnos en el camino del Yopo esa misma noche.

Encuentro con el chamán José Luis Díaz
El chamán nos pidió que nos pusiéramos de pie ante él. Primero examinó a Stella, la maestra Sirico. Le tocó la palma de la mano derecha con sus dedos pulgar e índice. Cerró los ojos y dijo: “Esta sí es pura, es fuerte de espíritu, esta sí puede conocer Yopo”.

Más tarde nos explicó que había penetrado el alma de la joven. Vio que sus ancestros eran de sangre indígena. Eso era un privilegio y un trato especial en el mundo chamánico. Después le tocó el turno a Nelson.

El rechazo del chamán
El último en ser examinado fui yo. Mi buen amigo, nieto de los indígenas Guayú del norte del Zulia, había pasado la prueba sin mucho esfuerzo. Pero el taita le dijo: “Tú no mucho, pero puedes probar Yopo”.

Yo puse mi palma hacia arriba y tragué grueso. El taita me tocó con sus dedos y sentí una corriente que me dejó inmóvil. Luego escuché su sentencia que me heló el corazón: “¡Este no sirve, es criollo!”

No podía creerlo. Mi abuela era nativa del estado Delta Amacuro y perteneciente a los Cumanagotos. Pero esa sangre se había disipado en dos generaciones. El resultado de la evaluación inicial fue negativo.

“¡Tú no eres puro! ¡Tú no sirves! ¡Na guará!” Pensé con frustración. Había viajado más de novecientos kilómetros desde Puerto La Cruz hasta aquí, en medio de esta selva sin principio ni fin. Había dejado medio trasero entre autobuses, colas en camiones, curiaras. Había enfrentado las aguas turbulentas del Parguaza. Y ahora el chamán me raspaba llegandito y decía que no servía.

Paciencia, mi querido Solín, me dije.

La noche del Yopo
Finalmente, el chamán me aceptó y me permitió conocer el Camino del Yopo. Fue una gracia de Dios. Esa noche, después de las doce, nos reunimos a los pies del chamán José Luis Díaz. Probamos su medicina ancestral en un mágico ritual. Las estrellas del universo nos miraban desde arriba como testigos. La vida nos cambió radicalmente. Conocimos la Verdad.

No puedo contar más de lo que ocurrió esa noche inolvidable y larga. Entramos al Templo Sagrado del abuelito Yopo. Hicimos un voto de silencio entre todos los presentes.

El camino del Yopo nos llevó a conocer la cultura de la comunidad Piaroa. Su día a día, su rutina de cada mañana.

La bienvenida de la familia
El chamán nos había aprobado para la iniciación en el Yopo la noche anterior. Pero nos dijo que aún faltaban dos pruebas más. Nos explicó en qué consistían.

Durante la mañana, comentábamos entre nosotros cómo sabían todos que íbamos a llegar a ese lugar. Nos sorprendió la frase de la señora al recibirnos: “El chamán nos dijo que venía visita y que los recibiéramos hasta que él llegara”. En esta comunidad patriarcal, no se acepta que gente extraña llegue sin el permiso del taita o cabeza de familia. 

Pero el chamán ya había anunciado nuestra llegada, sin conocernos ni habernos comunicado con él. Luego supimos que había “soñado” con nosotros.

Nos recibieron como si fuéramos miembros de la familia que habían vuelto de viaje. Nelson y Yamilis entregaron la ropa y los demás enceres que habíamos traído para la familia del taita. El hermano Andrés, nuestro contacto valenciano, nos había indicado en un email que debíamos ir bien preparados. “Lleven suficientes vainas, no solo para ustedes, sino también para la familia del taita donde se quedarán”.

La mañana en el Amazonas
La mañana en el Amazonas empezó con el alboroto de las aves. Miles de guacamayos, loros y otras especies exóticas llenaron el cielo de colores. Parecían levantar al sol con sus gritos. Anunciaban que la noche se retiraba. La luz se abría paso entre la espesura como un párpado que se abre.

Luego escuchamos el tronar de la madera que se rompía. Eran las mujeres que comenzaban la dura faena de cocinar. Tenían que alimentar a más de una docena de personas entre hijos, sobrinos y demás. Y a nosotros, que nos sumábamos a la ya numerosa familia. Eran doce y parió la abuela, pensé.

La cocina estaba improvisada en un lateral de la casa principal. Era una construcción artesanal, sin paredes y con un techo elevado a unos cuatro metros de altura. Un enjambre de miles de abejas recorría cada rincón. Parecían el escuadrón de limpieza. Sin molestar a los humanos, se posaban sobre cada objeto.

Nos incorporamos al quehacer diario, que era del dominio exclusivo de las mujeres. Ellas cortaban la leña, avivaban el fuego, que no apagaban del todo el día anterior. Las mujeres eran el motor de esta y todas las familias piaroas.

Nelson y yo quisimos colaborar con el corte de la leña. Pero no fue tan fácil como pensábamos desde lejos. Aunque el hacha estaba afilada, los troncos se nos resistían como si fueran de piedra. La india se rió de nosotros y nos dijo algo que no entendí. Luego me arrebató el hacha y con tres golpes secos partió el madero que luego usaría para el fuego del desayuno. 


Otras mujeres, entre ellas la esposa del chamán, se dedicaban a rayar la yuca desde temprano. Usaban una tabla primitiva con puntas en su superficie que les permitía rayar fácilmente este tubérculo. Con él hacían el casabe, uno de sus principales alimentos.

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Las mujeres se encargaban de la cocina, mientras los niños bajaban la pendiente de unos seis metros por el camino en zigzag. Cargaban agua fresca del río Parguaza, que solo consumían al amanecer y al atardecer. 

El resto del agua que cargaban durante el día se usaba para lavar enseres, entre otras cosas. Los más adultos ya estaban a la orilla del río pescando el desayuno. Lo hacían como verdaderos expertos, usando como carnada una fruta amarillenta que ellos mismos cultivaban. 

Al vernos despiertos, nos invitaron a pescar. Aceptamos, aunque sin mucho éxito. En las dos horas que lo intentamos, solo sacamos del río troncos y demás escombros del lecho acuático. —¡Puro palo es lo que pescan! —dijo uno de los niños en su dialecto.

La alimentación de esta familia dependía básicamente del río. Comían pescado en todas las comidas, acompañado de casabe hecho por ellos mismos y almacenado en enormes sacos. Nos dijeron que algunos miembros de estas comunidades cazaban, pero solo los que vivían lejos del río y les costaba llegar a pescar. Como no tenían sistemas de refrigeración, debían comer lo que pescaban en el momento. 

Por eso, la faena diaria se convertía en una rutina. Al estar lejos de todo, de la llamada civilización, y depender solo de la voluntad de Dios expresada en la abundancia que les rodeaba (el río, el aire, la tierra y la Pacha Mama), uno aprendía a ser agradecido. 

Era el inicio del aprendizaje, el verdadero Camino del Yopo, el “Tao” de los orientales. Era el religare verdadero, el volver a ser uno con Dios, pero un Dios que estaba presente en todo lo que les rodeaba y les permitía seguir viviendo. Un Dios que les alimentaba, que les enseñaba, que les abría sus secretos a cambio de un voto de respeto, de que su vida se consagrara a mantener el equilibrio vital de la naturaleza. 

El aspirante aprendía junto a la familia del chamán a ser agradecido con nuestro Creador, con nuestra Tierra de Abundancia, con los que trabajaban para que su alimento llegara a su mesa, con los que les daban trabajo, con sus padres, madres, abuelos, abuelas, esposos y esposas, hijos e hijas, con todas sus relaciones.

El río era la fuente principal de la dieta de esta familia. Comían pescado en todas las comidas, acompañado de casabe que ellos mismos hacían y guardaban en enormes sacos. Algunos miembros de estas comunidades cazaban, pero solo los que vivían lejos del río y les costaba pescar. Como no podían conservar los alimentos, debían comer lo que pescaban al momento. 

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Así, la faena diaria se volvía una rutina. Al estar aislados de la civilización y depender solo de la voluntad de Dios manifestada en la abundancia que les rodeaba (el río, el aire, la tierra y la PachaMama), aprendían a ser agradecidos. 

Era el comienzo del aprendizaje, el verdadero Camino del Yopo, el “Tao” de los orientales. Era el religare verdadero, el volver a ser uno con Dios, pero un Dios que estaba presente en todo lo que les rodeaba y les permitía vivir. Un Dios que les alimentaba, que les enseñaba, que les revelaba sus secretos a cambio de un voto de respeto, de que su vida se dedicara a mantener el equilibrio vital de la naturaleza. 

El aspirante aprendía junto a la familia del chamán a ser agradecido con nuestro Creador, con nuestra Tierra de Abundancia, con los que trabajaban para que su alimento llegara a su mesa, con los que les daban trabajo, con sus padres, madres, abuelos, abuelas, esposos y esposas, hijos e hijas, con todas sus relaciones.

Una bebida ancestral. Durante nuestra visita, nos sorprendió la abundancia de árboles de merey que tenía la familia indígena. Ellos aprovechaban el jugo de este fruto tropical para hidratarse y refrescarse a lo largo del día. Era la bebida típica de su comunidad. Además, las mujeres nos ofrecieron otra bebida hecha con casabe y limón. 

Nos explicaron que el casabe se deshacía en trozos pequeños dentro de un recipiente de plástico o de calabaza. Luego le añadían agua potable, que recogían al amanecer, y exprimían sobre la mezcla el limón y el merey. El resultado era una bebida nutritiva y sabrosa, muy diferente a lo que se dice en internet sobre las costumbres de estos pueblos originarios. ¡Qué suerte la nuestra!

La purificación con arcilla amazónica. Una tarde, el chamán que nos había estado observando y evaluando durante nuestra estancia –pues su evaluación era continua– nos convocó en un patio rodeado de árboles frondosos que hacía las veces de “escuela” chamánica. 

Allí nos habló del Yopo, su origen, su preparación y el propósito que debía tener quien quisiera conocer a fondo esta medicina sagrada ancestral. Nelson se purifica el cuerpo. Según nos explicó, él podía “diagnosticar” quiénes estábamos preparados para adentrarnos en los sagrados misterios de la medicina amazónica con solo tocar nuestras manos. 

De esa forma, podía percibir la fortaleza del espíritu y la ascendencia indígena de los aspirantes a conocer el sagrado camino del Yopo, requisito fundamental para una experiencia espiritual profunda. Por eso, antes de la iniciación, debíamos limpiar nuestro cuerpo físico con un barro arcilloso que contenía azufre y otros minerales. 

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Este barro se encontraba en las orillas del río Parguaza y nos lo aplicamos por todo el cuerpo. Fue una experiencia única que muchos de nosotros querríamos volver a vivir algún día.

El comienzo del aprendizaje. Ese día, el chamán nos invitó a probar el Capi, una corteza de la misma planta maestra de donde se obtiene el Yagé en Colombia. La corteza tenía un sabor muy amargo, pero al masticarla se liberaba un jugo que adormecía la boca y hacía más tolerable el gusto. 

Al cabo de unos veinte minutos, el jugo de Capi nos hizo entrar en un estado de relajación profunda. Fue entonces cuando el chamán empezó a cantar los himnos ancestrales con los que parecía despedir al sol y recibir al cielo nocturno de la selva. El Capi es una sustancia que se dice que potencia la imaginación y la telepatía, y que los chamanes indígenas usan para conectarse con el Gran Espíritu, para curar “cuerpos y almas”

La liberación de las preocupaciones. Los cánticos del chamán se fusionaron con el efecto del Capi y nos hicieron entrar en un estado de éxtasis. De pronto, todas las cosas que normalmente nos preocupaban se desvanecieron de nuestra mente. Ya no me importaba el calor, aunque me resultaba gracioso que aún lo recordara, pues sabía que la noche sería más calurosa. ¿Qué más daba? Ya no me angustiaba lo aislados que estábamos ni cómo íbamos a salir de allí. 

Comer no era un problema, pues bastaba con bajar al río con uno de los indígenas y pescar lo que quisiéramos. Uno, dos, tres o más peces. ¿Para qué preocuparse? 

Uno tras otro, cada pensamiento que surgía en mi mente era rápidamente descartado. Incluso pensé que alguien debería hacer una pastilla con esa corteza y llamarla “antipreocupante” de acción inmediata. Al mirar hacia el árbol de merey donde estaba el chamán preparándose, lo vi aspirar “Yopo” desde su dispensador.

Este admirable hombre medicina se adelantaba a nosotros en ese viaje a otra dimensión del universo que está aquí y ahora, pero que no podemos ver con nuestros ojos físicos. 

Hace falta activar nuestra pineal, nuestro llamado tercer ojo, el mismo que Lobsang Rampa logró abrir con tanto esfuerzo en el Tíbet. Sin embargo, con ese maravilloso preparado llamado Yopo, Dios nos bendice permitiéndonos activar esa parte de nosotros. “El que tenga ojos que vea”, y realmente logramos ver… incluso los que no pasamos la prueba inicial por no ser “puros”.

El yopo, la molécula espiritual. El yopo es un árbol cuyas semillas se muelen para obtener un polvo que contiene DMT, una sustancia conocida como la molécula espiritual por sus efectos psicodélicos. Los chamanes inhalan este polvo con fines sagrados y sanadores. Según la tradición de estos pueblos, el yopo solo lo usan los especialistas en medicina, llamados yuwawaruawa y mejeruawa, en las sesiones curativas. 


Para ellos, el mundo espiritual y el material son parte de una misma realidad.

Muchas de las enfermedades son provocadas por seres malvados (marimu) o por demiurgos (awetha) que castigan al individuo por romper alguna norma. Cuando la tarde se oscurecía entre el canto de las aves que volvían a sus nidos y los rezos ancestrales del taita, nos llamó uno a uno para darnos nuestra medicina. Era la segunda ceremonia, que resultó ser la Gran Iniciación

Nelson, el primero en recibir la medicina. Nelson fue el primero en ser llamado y llevado hasta el altar del chamán. Este valiente hermano nunca ha tenido miedo a lo desconocido. El chamán le bendijo y le entregó el plato mágico y el dispositivo para que aspirara el polvo celestial por ambas fosas nasales al mismo tiempo.

Supe que mucha gente usaba esta medicina para explorar su interior, para detectar sus traumas y problemas a través de las visiones, como si fuera un psicoterapeuta vegetal. Al parecer, el Yopo provoca una expansión de la conciencia que permite el autoanálisis. 

Es una forma de curar la mente y el alma. Después le tocó a Yamilis, a quien el taita había señalado la noche anterior como la “única pura del grupo", por ser descendiente directa de indígenas de castas sacerdotales. Finalmente llegó mi turno, y sin pensarlo dos veces, me armé de valor y me entregué a la sabiduría del chamán.

Él notó mi nerviosismo y me sonrió. Luego me entregó el platillo de madera con la dosis de Yopo que me tocaba –un poco menos que al resto, supongo que por no ser yo muy puro– y en tres aspiraciones logré inhalar ese polvo grisáceo.

La verdad es que no me dolió la cabeza como esperaba, pues ya había probado en otras ceremonias el “Rape” y el “Oz”, que son tabacos en polvo que se administran por la nariz, pero a veces son tan fuertes que te hacen vomitar al recibir la primera inhalación. Regresé a mi lugar, pero no pude quedarme sentado como el resto de mis compañeros de este “camino del Yopo”, así que enrollé la sencilla esterilla de paja y me tumbé en posición fetal a esperar el efecto de la medicina ancestral.

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En esos momentos de tu vida, cuando estás frente a lo desconocido, solo tienes dos opciones. Como en el famoso cuadro de la Gioconda de Leonardo Da Vinci, la Madre Divina te muestra dos caminos diferentes: uno amplio y recto y otro tortuoso y complicado. A los ocho minutos más o menos, empezaron a aparecer las “pintas” ante mí y, sin miedo, elegí el camino de vivir esa experiencia. Total, era un regalo de la vida que pocos humanos pueden experimentar. Ya no había vuelta atrás. Al tercer día, masticamos el Capi, una planta sagrada amazónica.

Según los expertos, esta planta sagrada y el polvo que se obtiene de sus semillas tienen la capacidad de expandir la conciencia más que otros hongos o el peyote, que también son muy poderosos.

No quiero contar aquí las increíbles experiencias que viví fuera de mi cuerpo, pues creo que son regalos del alma muy personales. Sin embargo, puedo decir que mientras el Yopo hacía efecto en mi conciencia expandida, pude viajar a mi ciudad natal, Puerto La Cruz, a cientos de kilómetros de distancia. Me vi de pie en la esquina de mi casa, mirando la escuela que conseguimos con esfuerzo. 


Después de pensar en algunas cosas que me unen a ese lugar, me fui voluntariamente con “alguien” que parecía ser el taita en forma de energía a un lugar que, aunque nunca he estado, reconocí al instante. Era un templo donde se hacían cadenas de curación. No diré dónde era ni quiénes estaban allí.

El Yopo tiene ventajas sobre otras medicinas ancestrales, pues no produce esa “resaca” que te deja aturdido por horas. Al contrario, el efecto es rápido, agradable, profundamente místico y no es traumático en absoluto. Es decir, no tienes que pasar por la experiencia de morir para luego poder ver lo que hay más allá de lo físico, como me ha pasado con el Yagé.

Antes de iniciar la ceremonia, el chamán canta himnos sagrados y toca la maraca.

El chamán, antes de empezar la ceremonia, canta himnos sagrados y toca la maraca. A veces también fuma tabaco y sopla el humo al candidato. Cuando se trata de ceremonias de curación, el chamán necesita comunicarse con los primeros creadores. 
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Para ello, inhala el yopo para entrar en un estado psicoactivo en el que puede determinar la causa de la enfermedad y el canto que debe hacer. Hay que tener en cuenta que estos hombres-medicina pueden curar la enfermedad, pero también prevenirla o causarla. 

Todos los que estábamos allí vivimos experiencias parecidas, aunque cada uno según su nivel de evolución espiritual tuvo experiencias más profundas que otros. Stella se conectó con indígenas que desde el mundo espiritual le transmitieron enseñanzas acordes a su linaje. 

También hubo comunicación con los elementales de las plantas y de los animales, en especial con las aves de la selva amazónica. Al volver a la normalidad, el chamán nos dio un par de horas libres para descansar, cenar algo –pescado por supuesto– y nos citó a las diez de la noche junto a la fogata para seguir con el estudio.

Una noche de aprendizaje con los antepasados
Una noche de aprendizaje con los antepasados La última noche no tomamos Yopo, pero sí escuchamos la sabiduría piaroa. Aprendimos cómo los dioses les enseñaron a los hombres a construir sueños y a trabajar por ellos, cómo nació la Madre Naturaleza, que el Sol es “el ojo de Dios”, que la selva es como el alma de los hombres. 

El chamán nos contó una larga historia en su lengua piaroa, que le habían transmitido su padre y sus antepasados. Todos lo escuchábamos sin interrumpir alrededor de la fogata que nos iluminaba y calentaba en silencio. Esa noche todas las estrellas del cielo se mostraron para nosotros. No pude evitar recordar a Ernesto Sabato, un escritor argentino que escribió un libro llamado Uno y el Universo, donde reflexionaba sobre el hombre y el cosmos. 

Así me sentía, debajo de mí estaba la PachaMama o Erejee, como ellos la llaman en su lengua, y sobre nuestras cabezas ese manto infinito de estrellas, Sirico, como ellos lo conocen.

Le estoy muy agradecido al taita José Luis Díaz y a su familia por su amabilidad, su bondad, su atención y su cuidado durante los días que estuvimos en su casa. Sin duda, ninguno de los que llegamos a ese lugar escondido del país sabíamos que encontraríamos nuestro tesoro oculto en medio de la selva amazónica. 

Puedo resumir que en ese lugar lejano de mi bella Venezuela descubrí una dimensión desconocida que había estado dentro de mí siempre, como dijo Ginsberg, un poeta estadounidense que tuvo una visión del “Gran ser”: “Me sentí como una serpiente vomitando el universo o un jíbaro con tocado de colmillos que vomitara al comprender el Asesinato del Universo, mi muerte próxima, la muerte próxima de todos. 

La choza íntegra parecía rayada de presencias espectrales sufriendo transfiguraciones al contacto de una Cosa Única que era nuestro destino y que tarde o temprano habría de matarnos, un alma perdida en busca de ayuda”.

Nuestro maestro chamán Bolívar es uno de los que conservan estas culturas ancestrales que han sabido vivir en el Amazonas. Es un mensajero vivo que tiene el don de sanar, de limpiar, de purificar, algo tan necesario para la humanidad de hoy. Ahora es urgente que todos miremos hacia una vida en armonía con la 

Naturaleza, porque los cambios que se avecinan nos van a obligar a eso: a recuperar el equilibrio ecológico, a aprender a vivir con los nuevos climas que se presentan, con las nuevas formas de vida. Tenemos que adaptarnos y ellos, que siempre han vivido adaptados a la Naturaleza, nos pueden enseñar esas formas de supervivencia, de armonía y respeto a todo lo que existe. 

Es un placer para nosotros presentarles a nuestro amigo el chamán Bolívar. Él no habla español sino uno de los idiomas venezolanos, uno de nuestros idiomas auténticos, el idioma sagrado del Amazonas.

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Estas son algunas de las enseñanzas del anciano piaroa chamán Bolívar: “El día que recuperemos nuestros idiomas podremos entendernos mejor, porque en nuestra sangre está el código genético de nuestras culturas, hay que despertarlo otra vez, el indio que vive en nuestros corazones, el que sabe vivir en paz y en armonía sin usar la tecnología para destruir.” “Todos tenemos profesiones, ¿por qué no aprendemos también una profesión verdadera y real en la espiritualidad?”.

“Donde yo vivo, donde yo nací, en mi comunidad, donde están mis nietos, hay amor, armonía, paz, familia y mundo espiritual, hay consumo natural. Bienvenidos a mi comunidad”. “Los conocimientos vienen del cielo, los conocimientos del mundo real y del mundo espiritual vienen del cielo hacia dentro.” “¿Por qué los hombres están destruyendo a mi madre la Tierra?” “El maíz es la vida de nosotros…”El dulce nos hace daño. Nos duele la barriga. 

Yo soy curandero. Antes de comer papaya, plátano o algo, yo le rezo para alimentar a mi gente. Por eso mi gente está sana, porque sin rezo ¿cómo se va a alimentar a mis niños? “Mi organización no es para pelear. Mi organización es para ayudar a la gente.” “Lo que creó Dios lo estamos destruyendo. ¿Por qué no podemos respetar?” “En mi mundo, a mí me enseñaron a no envidiar a la gente. A mí me enseñaron a recibir el amor en las otras personas. El que me dio todo el amor es Dios. Sin Dios yo no viviría nada.” “La diosa Chejeru es quien trae la medicina.”


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